miércoles, 30 de mayo de 2018
domingo, 4 de febrero de 2018
El Grupo Literario Guardense convoca la XLVII edición del Concurso Internacional de Cuentos de Guardo
El Concurso Internacional nació hace ya 47 años de la mano del escritor palentino Jaime García Reyero. Un tradicional certamen que goza de gran solera en la provincia de Palencia y uno de los más antiguos de España.
En esta edición, el plazo de presentación de cuentos se ha establecido entre los días 5 de febrero y 24 de marzo de 2018. Como ya es habitual, los
cuentos presentados a concurso serán originales, inéditos y no premiados en otros concursos, tendrán una extensión máxima de cuatro folios, en formato A4, escritos por una
sola cara, con 1,5 de interlineado y se presentarán por duplicado,
grapados, sin firmar y con plica.
Los envíos se harán por correo ordinario y se enviarán al:
Ayuntamiento de Guardo (A la atención “Grupo Literario Guardense”), C/ La Iglesia, s/n 34880-Guardo (Palencia)- ESPAÑA.
En el caso de autores palentinos que quieran optar a los dos premios (Internacional y Povincial), lo harán
constar, expresamente, en la cabecera de su trabajo, en cuyo caso
deberán presentar dos copias de su obra por cada una de las categorias.
El
fallo del jurado previsiblemente tendrá lugar a finales de mayo y la
entrega de premios se realizará en un acto dentro de las Fiestas
Patronales de San Antonio, cuyo día y hora se comunicará previamente. El Certamen está patrocinado por el Ayuntamiento de Guardo, Diputación de Palencia, Deporcyl, Caja España Duero y Diseño Promail
Toda la información relativa al concurso se irá incluyendo en esta misma página web
Toda la información relativa al concurso se irá incluyendo en esta misma página web
XLVII CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS GUARDO-2017
BASES
1ª- Se establecen los siguientes premios:
Un primer premio de 1.200 euros, aportado por la Diputación de Palencia, más “trofeo conmemorativo guardense” al mejor cuento presentado de tema libre.
Un
segundo premio de 400 euros, aportado por la empresa Deporcyl de Guardo, y “trofeo conmemorativo guardense” al mejor
cuento presentado por autor palentino (nacido o residente en la
provincia de Palencia).
2ª- Los
cuentos serán originales, inéditos y no premiados en otros concursos,
con extensión máxima de cuatro folios en formato A-4, escritos por una
sola cara, con 1,5 de interlineado con tamaño de fuente 12 y se
presentarán por duplicado, grapados, sin firmar y con plica.
3ª-
Los envíos se harán por correo ordinario y se enviarán al: Ayuntamiento
de Guardo (A la atención “Grupo Literario Guardense”), C/ La Iglesia,
s/n 34880-Guardo (Palencia) ESPAÑA.
4ª-
Los autores palentinos que quieran optar a los dos premios, lo harán
constar, expresamente, en la cabecera de su trabajo, en cuyo caso
deberán presentar dos copias por categoría.
5ª- No podrán presentarse los ganadores en ediciones anteriores.
6ª- El plazo de admisión comienza el 5 DE FEBRERO y finaliza el 24 DE MARZO DE 2018.
7ª-
La entrega de premios y lectura de cuentos premiados tendrá lugar en un
acto cultural dentro de las fiestas patronales de San Antonio, en
Guardo, en el mes de junio, cuyo día y hora se comunicará previamente.
8ª-
Es requisito imprescindible que los autores galardonados, si éstos
residen en la península, se presenten en el citado acto cultural para
leer su trabajo y recibir el premio correspondiente.
9ª-
Los trabajos premiados quedarán en propiedad de la organización y serán
publicados en formato de libro electrónico en la página web:
http://concursocuentosguardo.blogspot.com.es/ así como los derechos de explotación de la propiedad intelectual (reproducción, comunicación pública, distribución y transformación) quedarán cedidos en exclusiva al Grupo Literario Guardense, sin límite territorial ni temporal alguno, adquiriendo este último el derecho de publicación de los mismos, mediante cualquier sistema o formato, modalidad o procedimiento, mencionando la autoría de los mismos.
10ª- Los trabajos no premiados no serán devueltos y se destruirán después del fallo del Jurado.
jueves, 1 de junio de 2017
CUENTO GANADOR DEL XLVI CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS DE GUARDO – 2017 EN LA CATEGORÍA PROVINCIAL
Desayuno
amargo
Agustín M. Romero Rosas
Sebastián Santamaría llega a
duras penas al banco. Ha caminado tambaleándose a consecuencia de la
gran cantidad de alcohol ingerida en las últimas horas. Se sienta,
deja el cartón de vino en la tierra, estira las piernas y observa
el espacio que le circunda. Parece decir: “Estos son mis dominios”.
A pesar de que la noche acaba
de comenzar, hace ya un frío intenso. Pero él parece que no lo
siente, pues tiene en el cuerpo el calor que le proporciona la
bebida. Se recuesta boca arriba en el banco, con las rodillas
flexionadas, buscando las estrellas en el cielo que lo cubre. Su
mente viaja rauda al pasado feliz. Recuerda los tiempos de la
universidad, en los que eran habituales las discusiones filosóficas
hasta el amanecer, las juergas con los amigos, los lances amorosos y
los apuntes manchados de café. Eran los últimos años de la década
de los setenta, en los que la política lo invadía casi todo y los
estudiantes parecían estar en la primera línea de aquella guerra.
Sebastián recuerda las
luminosas tardes del final de la primavera estudiando tumbado en la
hierba del Parque del Oeste, en el que ahora se encuentra. Le surge
entonces la imagen de la Señorita de Aranjuez, como él la llamaba
jocosamente. Sus manos blancas y delicadas, su pelo negro azabache,
su risa llena de vida. Le viene a la mente una y otra vez el primer
beso. Fue durante el viaje del Paso de Ecuador. Estaban en el Salón
de Embajadores de La Alhambra. La cogió desprevenida cuando miraba
el techo de la estancia, mientras escuchaba las explicaciones del
guía. Fue un beso largo, que casi la dejó sin respiración. Pero
seguramente también fue inolvidable para ella. Después de aquello
vinieron muchos meses felices, de escapadas, de locuras, de amor y de
pasión con todas las letras. Pero la Señorita de Aranjuez era de
una familia distinguida y no tenía futuro con un muchacho bohemio
como aquel. Eso por lo menos era lo que pensaban los padres de ella.
Esa fue una razón de peso que finalmente desencadenó la ruptura.
Después la vida para Sebastián se convirtió en un barco a la
deriva con atraque final en el puerto del alcoholismo. Primero
abandonó la carrera y después fue pasando de un empleo a otro,
porque los perdía por culpa de su afición al alcohol. Finalmente,
la calle se convirtió en su casa.
El sueño gana la batalla a
los pensamientos de Sebastián. No tiene una mala manta con la que
taparse ni ganas de acudir al albergue municipal. Termina de estirar
su cuerpo, dejando sus pies colgando por fuera del banco, por debajo
del reposabrazos. Allí duerme con su largo cuerpo, bajo la luz tenue
de una farola medio rota por los niños. Una nube cubre de repente la
luna llena y las sombras se adueñan del parque. Así queda Sebastián
Santamaría, olvidado del mundo, a merced de la noche.
……….
El despertador suena
impertinente, como todas las mañanas, a las siete en punto. Virginia
se estira con lentitud y se levanta de la cama malhumorada, como
siempre. Ya en el baño, se mira en el espejo. Se observa con
detenimiento, buscando alguna arruga nueva, alguna imperfección más
que le dé nuevos argumentos para su pesimismo perenne. Arrastra su
existencia mecánicamente, sin demasiadas ilusiones, agarrándose a
pequeños detalles que la mantienen viva: la lectura de un buen libro
junto a la chimenea de la casa del pueblo, una película de Audrey
Hepburn o la música de Bach, que le encanta. Se quita el pijama y
se mete en la ducha disfrutando de uno de esos momentos de felicidad,
dejando caer el agua con fuerza sobre su cara y su cabello.
Virginia es metódica. Pone
orden exterior para contrarrestar su desorden mental. Tiene la ropa
preparada sobre una silla. Se viste con parsimonia. Después entra en
la cocina. Introduce una rebanada de pan en la tostadora y saca de la
nevera la mantequilla, la mermelada y el bote de leche. Coge la taza
que ya estaba preparada en la mesa y la llena casi hasta el borde con
leche y un chorrito de café. La calienta en el microondas durante 40
segundos, tiempo más que suficiente para recoger la tostada y
colocarla sobre la mesa. Saca después la taza y enciende la radio.
“(…) la temperatura en el
exterior de nuestros estudios es de cuatro grados bajo cero. En este
gélido día, Madrid se ha despertado con un trágico suceso en
Carabanchel. Dos ancianas han fallecido a consecuencia de un escape
de gas que se ha producido (…)”
Virginia unta con lentitud la
tostada con una fina capa de mantequilla y otra de mermelada. Se le
escapa un bostezo. Tiene sueño atrasado. Dirige su mirada a la
ventana. Observa como el cielo va clareando.
“(…) pero esta no es la
única noticia que tiñe de negro este día en Madrid. Ha sido
encontrado en el Parque del Oeste un mendigo que ha fallecido durante
esta noche por las bajas temperaturas que se han registrado. Según
la documentación que portaba, se trataba de Sebastián Santamaría,
de 56 años de edad (…)”
Virginia se queda paralizada
al escuchar la noticia mientras la tostada cruje entre sus dientes.
De repente se le revuelve el estómago. Siente náuseas. El frío se
apodera de su cuerpo. Tiene unas incontenibles ganas de gritar y de
llorar. Comienza a sollozar. Las lágrimas empiezan a brotar de sus
ojos. No puede parar.
Virginia Vilches Gutiérrez,
de 56 años de edad, natural de Aranjuez, provincia de Ciudad Real,
licenciada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid,
funcionaria del Estado, soltera, metro setenta y dos de altura, es
una mujer rota en esta fría mañana de Madrid. Para Virginia será
un mal día, y una mala semana, y mal mes, y seguramente también un
mal año. Probablemente el resto de su vida seguirá resbalando
indefectiblemente hacia la desesperanza.
CUENTO GANADOR DEL XLVI CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS DE GUARDO – 2017
La
encrucijada de sus mejillas
José
Agustín Blanco Redondo
“Sentía que mi
destino era infinitamente más
solitario que lo
que había imaginado”
Ernesto
Sábato
Ya
era suyo. No tenía escapatoria. El chaval de las mejillas pálidas
acercó su rostro al escarabajo y lo siguió con la mirada, su
caminar demorado sobre la grama del huerto, el cuerno recurvado hacia
atrás, su caparazón destellando ante el sol del mediodía en tonos
de caoba, o de ámbar, o de cobre. Lo empujó con una rama de higuera
hasta que consiguió darle la vuelta. El coleóptero quedó entonces
indefenso, agitando las patas en un pedaleo inútil, cómico, hasta
que inflamó sus élitros contra el suelo y enderezó el cuerpo para
proseguir su perezoso deambular.
Era
verano y las tardes se prolongaban más allá de los esfuerzos de los
chiquillos por gastar cada uno de los minutos en entretenimientos
propios de los pueblos pequeños, apedrear perros vagabundos, buscar
nidos de torcaces en los aleros de las encinas, derrapar con las
bicicletas en los caminos por entre un fárrago de polvo, guijarros y
alaridos de admiración, seguir y piropear a las muchachas, siempre a
una distancia prudencial, soñar con futuros de éxitos y lujo
desmedido mientras se fumaban un cigarro tras las tapias del
cementerio.
El
chaval de las mejillas pálidas depositó el escarabajo en una caja
cartón y lo llevó al abrevadero. El agua quieta recibió el cuerpo
del insecto en sus fauces oscuras, apenas un chapoteo leve, un amago
de flotar truncado por esa ley física que hunde en los fluidos los
cuerpos más densos, un brillo de salitre en las pupilas del
muchacho, un leve hilo de saliva en la comisura de sus labios, sí,
cómo estaba disfrutando con la agonía de aquel condenado bicho.
Introdujo el brazo y palpó entre el verdín del fondo hasta
localizarlo.
No deseaba que muriera ahogado en el agua turbia de un pilón, al
menos por ahora. Lo arrojó sobre una lancha de caliza, al sol, para
que recuperara lentamente sus capacidades andariegas y poder ensayar
con él, de nuevo, esos rudimentos sobre torturas que merodeaban en
su mente. Llegó a pensar en colocarlo sobre una ballesta como cebo
para el alcaudón o las urracas, pero decidió al fin destinarlo a
otros menesteres. Aquel escarabajo iba a dar lo mejor de sí mismo.
Las
hormigas trazan sendas en la grama, la desbrozan en trochas delgadas
que conducen a sus cubiles subterráneos. Qué mejor manera de
divertirse que colocar un escarabajo patas arriba en una de estas
sendas para que sea atacado por una columna de hormigas soldado, esas
luchadoras de cabeza y mandíbulas aparatosas capaces de despiezar a
sus presas en instantes. Cuando el coleóptero se encontró rodeado
de aquel furioso tropel de insectos, inflamó los élitros sobre la
tierra, giró su cuerpo y emprendió un vuelo torpe, medroso, sin
apenas poder desprenderse de su lastre de patas y mandíbulas ajenas.
El muchacho de las mejillas pálidas emitió una risa honda, casi sin
abrir los labios, como un ronquido incrédulo, satisfecho ante los
apuros del escarabajo por salvar su vida. Sabía que el caparazón
quitinoso del dorso lo hacía inexpugnable, pero también sabía que
por la zona del vientre resultaba vulnerable. Y ahí era precisamente
donde las hormigas concentraban sus dentelladas. El vuelo del
coleóptero apenas superó el par de metros. Su cuerpo cayó con un
rumor de madera astillada sobre las matas de calabacines, entre un
revoltijo de artejos, antenas y mandíbulas laboriosas.
Su
pericia en el arte de atormentar seres vivos le provocó un escozor
de agujas en las sienes. Ya había sido suficiente. Recogió el
escarabajo, lo liberó de las hormigas aferradas a sus patas, lo
depositó en la caja de cartón y se dirigió con él al viejo
almacén de su padre. Allí rellenó un frasco de cristal con
alcohol, introdujo dentro al desdichado insecto y, tras cerrar el
tapón de rosca, lo convirtió en su sepultura. Una agitación breve
de artejos precedió a la inmovilidad de la muerte. El coleóptero
quedó allí, amortajado en aquel líquido transparente, su caparazón
destellando en tonos de caoba, o de ámbar, o de cobre ante los hilos
de sol que penetraban por la ventana. Las pupilas del muchacho
destellando con los mismos brillos del salitre, su rostro pegado al
frasco, las mejillas ligeramente enrojecidas por la emoción inefable
de aquel momento. Con su mejor letra, escribió en una pegatina
“Escarabajo rinoceronte” y los dígitos de la fecha del sepelio,
la adhirió al cristal del frasco y dejó éste en la estantería,
acumulando polvo e impotencia. También treinta y cinco, tal vez
treinta y seis años de olvido.
............................................
Hacía demasiado tiempo que no
pisaba el pueblo. La muerte de su padre le había sorprendido en
Londres, en ese trabajo tan bien remunerado como jefe del servicio de
seguridad de la embajada española, un caserón albarizo ubicado en
el número 39 de Chesham Place, entre Hyde Park y Buckingham Palace.
Pascual era policía nacional y entre sus cometidos se encontraba el
de garantizar que los desplazamientos oficiales y privados del
embajador y de su familia transcurrieran ajenos a cualquier
incidente. Esa tarde, tras conocer la noticia, tomó el avión de las
siete y cuarto con destino a Barajas. Durante el vuelo tuvo tiempo de
pensar. Quizá en el pueblo creyeran que no había sido un buen hijo.
Un buen hijo no ignora a sus padres durante casi treinta y seis años,
los años transcurridos desde que se marchó, tras la última de las
discusiones -aquella en la que volaron todos los objetos de cristal y
loza de la casa-, a buscarse la vida en los arrabales de la ciudad.
Él era entonces un muchacho de mejillas pálidas y bigote
incipiente, un chaval que llevaba demasiado tiempo pergeñando cuál
sería el momento de largarse de aquel maldito pueblo y poder así
prosperar, lejos, muy lejos de la servidumbre de unas tierras que su
padre reunió dilapidando tesón y sacrificio. Un desagradecido, eso
es lo que eres, un condenado desagradecido. Lárgate de una puñetera
vez si es lo que quieres, pero no se te ocurra volver por aquí...
Fueron las últimas palabras que le dirigió su padre, las mismas
palabras que ahora retornaban para intentar clavarse, con un frío de
hierros oxidados, en ese pedrusco de basalto que tenía por corazón.
Apoyó el mentón sobre el dorso de la mano y perfiló una sonrisa
que quedó allí, helada, en la encrucijada de sus mejillas pálidas,
sí, ya era hora de que aquel viejo estúpido le dejara en paz y se
largara con sus consejos, sus monsergas y sus frases lapidarias lejos
de este condenado mundo.
..........................................
La
casa de piedra caliza. La puerta ensamblada en madera de roble. El
zaguán, la cocina, la lumbre apagada. Su alcoba. Su mirada, sobre
las mejillas pálidas, restregándose sobre aquel pasado infantil y
adolescente que le esperaba en un muestrario inmóvil, ajeno al
discurrir del tiempo: la ventana de cristales viejos, de esos que
distorsionan el paisaje y convierten los árboles y los sembrados en
imágenes ondulantes; las canicas, los indios de plástico acosando
las empalizadas del fuerte, la diana y los dardos, la escopeta de
aire comprimido, el tirachinas. Su colección de huevos de pájaros,
los moteados de la urraca, los azules del estornino, los blancos de
la tórtola. Sobre la mesilla de noche, un papel doblado que sus
manos recogen con delicadeza, como si fuera a convertirse a su
contacto en un rimero de cenizas blancas. Es la letra de su padre,
una caligrafía adusta, apretada, con trazos tenaces que dejan huella
en el reverso del papel. Sus pupilas abismadas, como empeñadas en
desentrañar el enigma apostado en aquellas frases escritas por un
anciano que conoce el desenlace cierto de su enfermedad:
“Ahora todo es tuyo, haz lo
que quieras con ello, véndelo – el vecino con el que comparto
linderos estará encantado de quedarse con las tierras- o quémalo si
crees que debes hacerlo. Sólo te pido una cosa: pásate antes por el
almacén”.
El
almacén. La puerta chapada de cinc. El gemido de los pernios
arañando el polvo, la penumbra, el silencio. La sonrisa escarchando
aún la encrucijada de sus mejillas pálidas. Al fondo, en la
estantería, los últimos hilos del sol de la tarde inciden sobre el
frasco de cristal, despertando reflejos de caoba, o de ámbar, o de
cobre en el cuerpo del escarabajo. Su mirada parece dudar ante la
belleza indeleble del insecto antes de trasladarse al contenido del
tarro contiguo, alcohol embebiendo dos pequeños despojos del mismo
color de la arcilla. La sonrisa helada se deshace en regajos de
incredulidad al leer la etiqueta que cuelga de la tapa del frasco. Es
la letra de su padre, de nuevo, con la fecha y los pormenores de la
intervención. Sus mejillas pálidas tiemblan con espasmos leves. Sus
manos se entrelazan y se retuercen hasta blanquearse los nudillos.
Crujen las coyunturas de los dedos. Los párpados, al cerrarse,
enmudecen esos reflejos de salitre que lastran su mirada desde niño.
Se saca la camisa para palparse las dos cicatrices que tatúan su
zona lumbar, intentando asimilar lo sucedido. Su padre jamás le
habló de eso. El hombre busca en el bolsillo el sobre que contiene
el certificado de defunción, sí, ahí han consignado la causa de la
muerte, insuficiencia renal crónica. Pascual no sabe muy bien lo que
es eso. Lo único que sabe es que los riñones atrofiados que le
extrajeron de niño reposan en el almacén, amortajados en alcohol,
ajenos al tiempo y al silencio. Lo que ya jamás podrá averiguar es
si su padre continuaría ahora con vida de no haber donado a su hijo
enfermo, a su hijo de nueve años, uno de sus riñones. Un órgano
que le ha permitido continuar existiendo, y hacerse adolescente, y
marcharse de casa por entre un estropicio de loza y cristal, y ganar
las oposiciones al cuerpo de policía nacional, y dedicarse a ese
trabajo tan bien remunerado como jefe de seguridad en un caserón
albarizo que alberga la embajada española en la capital de Gran
Bretaña. Y maldecir a su padre. Maldecirle durante más de treinta y
cinco años.
lunes, 29 de mayo de 2017
ACTA DEL JURADO DEL XLVI CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS DE GUARDO – 2017
ACTA
DEL JURADO DEL XLVI CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS DE GUARDO – 2017
En segundo lugar quedó
clasificado el cuento titulado, “La otra noche“.
Para
este Primer Premio se han presentado 304 relatos cortos, de los cuales 14
cuentos proceden de países como:
Argentina, Alemania, Perú, Italia, Chile, Francia, USA, Israel y Cuba. Para el PREMIO PROVINCIAL, reservado a autores palentinos, se han
presentado 18 cuentos, siendo finalistas:
Bajo la sombra de un gnomon, La mercería, Mi última batalla, Desayuno amargo y
La fuga de Babylon.
Este
premio está dotado con 400 €, donados por la empresa DEPORCYL, más trofeo
conmemorativo.
En segundo lugar, se clasificó el cuento titulado, “Desayuno amargo“. El jurado
calificador estuvo formado por: Jaime García Reyero, Presidente del Grupo
Literario Guardense, José Luis Tejerina, Catedrático de Lengua y Literatura;
José Luis Chacel Tuya, poeta y escritor de Valladolid; y los miembros del Grupo Literario Guardense: Julia Estrada Serrano, Carlos Cardillo
Lorenzo, Elena Fernández Decimavilla, Juan
Carlos de la Fuente González, Nemesio Martínez Alonso, Almudena Bustamante
Aníbarro y Mariano Blanco Antolín que actuó de secretario.
Dado en Guardo, a 26 de mayo de 2017
El Presidente
El Secretario
ANEXO
En
Guardo a 29 de mayo de 2017
El Presidente El
Secretario
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