lunes, 6 de julio de 2020

Cuento ganador XLIX Edición: Lugo - Ámsterdam - Lugo, Antonio Tocornal

 Las hemorroides le estaban matando y Casto Verduga aceptaba el martirio del traqueteo como si fuese un castigo justo o como parte del duelo.

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…como un melón le voy a abrir la cabeza como el hijo puta del cura no la quiera enterrar en sagrado le reviento a testa como a un melón se habrá creído el mierda cura ese y como alguien me suelte una palabra torcida o más de la cuenta o que me mire con guasa juro que le ensarto en la aguja del campanario que bastante ha pasado ya uno para tener que aguantar pitorreo de la gente cuando yo me pongo bravío que ningún espabilado me mire por derecho toda la vida aguantando y tragando me cago en la leche y la gente lo sabía seguro que todo el mundo lo sabía menos yo el tonto que eso es lo que soy el pastor analfabeto tonto perdido un pailaroco viejo mamarracho…

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Con la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta de pana, agarrando con fuerza el billete como si fuese a escaparse, Casto Verduga veía caras en las manchas negras de chicle sobre las baldosas del suelo de la estación y aguardaba para entrar en el tren. 

Su aspecto montuno desentonaba entre los mochileros hippies, los turistas, y los hombres de negocios. La sala de espera de la Estación Central de Ámsterdam estaba abarrotada y aun así quedaban sin ocupar los asientos vecinos al suyo. 

Todos hablaban por teléfonos móviles o escuchaban música en silencio con diminutos artefactos electrónicos. 

Un morral de lona raída sobre sus rodillas que contenía un paquete atado con un cordel, una bota de vino y una manta, eran su único equipaje. En el viaje de ida ya tuvo un altercado a cuenta de la manta. Era una manta de maqui con olor a grajuno, donde las pulgas estaban tan a gusto que no querían saber nada del mundo exterior. El revisor le invitó con amabilidad a guardarla en el compartimento de arriba para apaciguar el desagrado de los viajeros contiguos. 

Llevaba días sin afeitar y a su alrededor se conformaba un halo de algo montaraz; no ya el olor agreste de la falta de aseo —Casto Verduga había aprendido a no sudar—, sino algo más intangible, un aura de abatimiento, una derrota. La estación de Ámsterdam, tan acostumbrada a albergar a gente peculiar, de toda condición y estética, no lograba integrar al viejo aldeano gallego. 

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…toda la vida sin montarme en un cacharro de estos ni maldita la falta que me hacía y ya va a ser la segunda vez en una semana la gente no está hecha para viajar de esta forma está hecha para viajar despacio que tomase un avión decían que es más rápido y para qué quiero yo el tiempo si ya no tengo a nadie si Dios hubiese querido que la gente fuese volando la gente tendría alas y además dicen que no me hubiesen dejado subir con la navaja y un pastor nunca se separa de su navaja el tren no me hace tampoco ninguna gracia a uno no le da ni tiempo de comprender el paisaje y el campo por donde pasa ni a contar el ganado aunque sean bestias de otro y no es por miedo a la velocidad yo no soy miedoso a mí no me asusta pasarme una semana en el monte con una manta y una bota de vino y una tormenta de mil demonios ni los lobos no sería la primera vez pero un chisme de estos que uno no le ve ni la cara al que lo maneja no voy yo tranquilo no y son bien majas las niñas del banco de enfrente que me dieron agua y me prestaron una revista y me llamaban abuelo y me decían que no pasaba nada que el tren es un aparato muy seguro yo no soy el avó de nadie les dije ya no lo seré nunca Clara Clarita eso de viajar en tren no está hecho para la gente como yo menos mal que la mujer que en paz descanse no ha tenido que pasar por esto…

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Cuatro días tardó Casto Verduga en conseguir las cenizas. Cuatro noches durmió en un banco del parque frente a la embajada española envuelto en su manta de pastor. Cuatro mañanas, mientras esperaba que la embajada abriese, desayunó una rebanada de pan de su pueblo, un trozo de queso hecho por él, y un trago largo de tinto de la Chantada que había traído en su bota. Cuatro mañanas enteras pasó Casto Verduga con el funcionario Moriles de la embajada, yendo a juzgados y a oficinas de funcionarios demasiado rubios y demasiado altos, firmando documentos, autorizaciones y recibos que no entendía, hasta que consiguió acabar con el papeleo y en la funeraria le entregaran por fin aquel recipiente que había ido a buscar: apenas una lata con una etiqueta y un nombre. Cuatro tardes permaneció el anciano sentado en el banco del parque, esperando a que anocheciese y se fuese la gente para poder echarse usando de almohada su morral y aliviar algo el ardor de sus hemorroides. 

Oculto bajo la manta de pastor, la última noche se abrazaba a un paquete con la lata en su interior.

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…y aquí también hay vacas carallo ya lo creo más que en la aldea y no les falta pasto aunque seguro que el queso que hacen no vale nada con el tren pasando tan cerca que no pueden ni pastar tranquilas ya me daba a mí mala pinta el extranjero aquel sabía yo que se la acabaría llevando la niña más guapa de la aldea Clarita cabeza loca maldita la hora en que llegó el extranjero maldita la feria en que la conoció con todas esas películas que miraba en el cine y que le sorbieron los sesos yo no he nacido para ordeñar vacas padre decía quería conocer mundo ser bailarina ahora está muerta madre me lo habría permitido si estuviese viva decía tenía que haberle matado cuando pude al extranjero que la engañó dieciséis años tenía entonces Clara ahora es tarde maldita sea me decían no la castigue usted Casto se le ve buen mozo al extranjero que yo era un cabezón decían que ya era mayor la niña que era una mujercita que escuchase lo que tenía que decirme no la busque usted Casto me decían después déjela que haga su propia vida no me busque padre me decía ella en la postal aquella que me mandó con los molinos estoy bien no se ha de preocupar que voy a trabajar de bailarina padre lo que tenía que haber hecho era encerrarla en el establo hasta que se le pasase la tontería y llevarme al extranjero monte arriba a garrotazos y partirle el alma a golpes y rebanarle el pescuezo allí mismo a esa sabandija rapatundas y dejar los despojos entre los tejos para que se lo comiesen las bichas y los alacranes…

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Llevaba en su bolsillo el documento de identidad. El alcalde le había explicado paso por paso todo lo que tenía que hacer, le había dado la dirección de la embajada donde le esperaban y le había reservado un billete de ida y vuelta. También le había convencido de que una cremación in situ sería más rápida y más barata que una repatriación del cuerpo y lo había dispuesto todo con Moriles, el funcionario de la embajada en Ámsterdam. Le había llevado en su coche particular hasta la estación de Lugo y le había dicho que estaría esperándolo a la vuelta. Solo le quedaba entrar en el tren nocturno, atravesar tres países casi sin darse cuenta y, unos días más tarde, ya estaría de vuelta en su aldea, junto a sus vacas, con las cenizas de su hija Clara dentro de una lata con una etiqueta.

Cuando partió el tren, el alcalde humilló la cabeza y, sintiéndose algo culpable, deseó que todo saliese bien; sabía que Casto era un hombre fuerte.

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…tiene algo esto del tren que ayuda a digerir la humillación hasta convertirla en normalidad será el traqueteo será el silencio o los postes que pasan en menos de medio segundo uno tras otro como hipnotizándolo a uno todo pasa muy deprisa fuera pero uno tiene tiempo para pensar como si el tiempo fuera del tren pasase más rápido que dentro quédese aquí esperando Verduga me decía Moriles en aquel descampado en una salida de la autopista aquel páramo endemoniado la de Dios como llovía que ya entro yo decía no hay ninguna necesidad de que usted pase por esto buena persona Moriles se le veía que pasaba apuro el hombre no lo quería ver pero todo el mundo lo sabía menos yo todo este tiempo aguantando el cachondeo en la aldea lo primero que hago es coger la navaja y al primero que me mire mal le rebano al cuello aunque acabe en presidio vámonos de aquí le dije a Moriles entre los camiones aparcados había un camión lleno de vacas no quiero entrar ahí dentro que si me encrespo me llevo por delante a todo el que me encuentre lléveme a la estación y allí espero hasta que salga el tren le dije no quiero su ropa ni sus cosas no quiero ver dónde vivía ni dónde trabajaba ni con quién aquello era una casa de putas yo tendré pocas letras pero esas son iguales en todos los países por muy raro que se hable vámonos de aquí Moriles le dije lléveme a la estación yo ya tengo lo que he venido a buscar mi Clara mi Clarita mi niña pequeña…

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